"Lluvia de ideas" es un blog personal que pretende dar rienda suelta a cualquier manisfestación literaria, periodística o incoherente que pueda emanar desde mi imaginación.Quienes quieran aportar con algún escrito, serán bienvenidos.

Sunday, November 06, 2005

AQUELLOS TIEMPOS DE PENDEJO

  • Enternecedores y revitalizantes son aquellos momentos en que corríamos despavorido con la espalda sudada, detrás de un balón de fútbol a medio desinflar, pegando patadas a mansalva y dando de balonazos contra las rejas de las casas hasta colmar la paciencia de ese vecino amargado, que no tenía más que sacarnos la madre cuantas veces fuese necesario.

¡Cachipúuuuuuun! Qué tiempos esos. Paco ladrón, Santiago…Santiago, caballito de bronce, sin cortar el hilo, las escondidas y la infaltable “pichanga” de barrio, son algunos de los tantos juegos de antaño que nos evocan tiempos en que las responsabilidades brillaban por su ausencia y en las que sólo nos dedicábamos a corretear, darnos de piquitos con la niña más linda de la población y amasarnos la cara a golpes con los congéneres de la misma edad.
Sí. Era esa misma etapa donde sólo debíamos preocuparnos de ir a la escuela cada mañana con la cara del porte de un metro, los ojos hinchados como sapo y con la suficiente paciencia para soportar a los nunca bien ponderados “mateos” – hoy también llamados “ñoños” y “lelos”– y a los aburridos profes, que gozosos disfrutaban de ese necesario suplicio llamado colegio.
Además, quién no se acuerda de las innumerables visitas a los circos nacionales y extranjeros, de aquellos espectáculos pretéritos que llegaban promocionando números tales como los fieros leones amaestrados, los arriesgados trapecistas, los infaltables payasos y más de alguna sorpresa guardada bajo esa carpa multicolor con olor a palomitas de maíz y manzana confitada.
Pero ahora la situación es distinta. Los niños de aquel entonces, hoy transformados en adultos, han tenido que observar otro tipo de espectáculos igualmente circenses en áreas tan distintas como la política y el espectáculo, que por cosas que no se entienden, han permanecido ligadas en el último tiempo como uña y mugre.
Pese a esto, no debemos desviarnos del simple motivo que nos convoca: recordar someramente esa cada vez más lejana época de infante, ya que lo demás es obra de la vida que actualmente vivimos, de esa cotidianidad repleta de fenómenos sociales y mediáticos posmodernistas – o modernistas tardíos -, como han asegurado algunos teóricos, tales como el consumismo, el rating, la farándula, los acuerdos comerciales y los reality “granja” shows, sólo por mencionar algunos.
Sin embargo, y volviendo nuevamente a los tiempos de niñez, me teletransporto oníricamente, conectado en cuerpo y alma, a esas correrías de pendejo, las mismas donde uno no tenía más remedio que comer su quequito con roscas y canapé de huevo, tomar Coca Cola, Pepsi o de la ya desaparecida Free y danzar al mítico e inolvidable ritmo ochentero de los Prisioneros, Enanitos Verdes y Soda Stereo, por decir lo menos.
También recuerdo en alguna oportunidad haberme trenzado a golpes con algún insoportable y pequeño vecino. En aquellos instantes bastó solamente una burla o una salida de madre para provocar la ira del otro. Revolcones, manotazos y mordiscos por doquier eran la tónicos de dichos precoces encuentros boxeriles, que siempre finalizaban con el llanto inconsolable por haber perdido en tan inocente gresca y un bien merecido reto de los padres.
Y como no rememorar aquellos momentos en que corríamos despavoridos detrás de un balón de fútbol a medio desinflar, pegando patadas como loco y dando de balonazos contra las rejas de la casas, hasta colmar la paciencia de ese vecino amargado – que en mi caso se llama Jaime- que no sabía más que sacarnos la madre cuantas veces fuese necesario.
No obstante, lo que lamento es traer a la memoria la infantil esperanza de vivir una vida sin complicaciones, en donde simplemente debíamos visualizar ese mundo soñado y esperar que todo nos llegara por obra del Espíritu Santo. Los años me dijeron lo contrario y me pegaron la gran bofetada, pues con ellos aparecieron los cambios hormonales, pelitos por aquí y por acá y un “combo” extra: las primeras responsabilidades y por ahí un pequeño pituto, en miras de un prospecto de independencia y adultez que no estaban lejanos. La vida ya no era tan fácil como se pensaba.
Por ello, todo comenzó a adquirir un matiz distinto. La obligaciones aparecieron sutil e irremediablemente por todas partes, la figura paternal empezaba a brillar por su ausencia y amarradas a mi mano, se volvieron como un espejo, que se tragó las penas, los anhelos antiguos y sin más tregua que los ojos cerrados, se metieron entre pecho y cabeza, no queriendo aceptar la inminente realidad.
Pues ya no éramos los mismos pequeños de antaño. Ante nosotros surgieron nuevas circunstancias y un contexto talmente distinto que se clavaba en lo más profundo de nuestras espaldas, desgarrándonos a carcajadas las ganas de vivir y en la que la lucha constante se abría paso para ganar el sitial que hasta de hoy puede ostentar.
En fin, serán otros los tonos, otras las vivencias y otras las caras. Lo único que debemos mantener intacto hasta el inevitable día en que tengamos que partir hacia dimensiones espirituales será el recuerdo de aquellos tiempos de pendejo, de esos que no se olvidan fácilmente y que debemos atesorar como la más frágil caja de pandora.




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